Durante muchos años pensé que algo en mí estaba mal. Que sentía demasiado. Que llorar viendo un anuncio o estremecerme con una canción era una exageración. Que necesitaba endurecerme. “Eres demasiado sensible”, me decían, como si fuese un defecto que hubiera que pulir a fuerza de decepciones y silencios.
Hoy sé que no. Que no estaba roto. Que no soy débil. Soy una persona altamente sensible. Una PAS. Y eso no solo no es un error: es una forma de estar en el mundo que merece cuidado, respeto y, sobre todo, comprensión.
¿Qué es una persona PAS?
El término PAS (persona altamente sensible) lo acuñó la psicóloga estadounidense Elaine Aron en los años 90. No es una enfermedad ni un trastorno. Es un rasgo de la personalidad. Se calcula que entre el 15 y el 20% de la población lo comparte.
Ser PAS significa tener un sistema neurosensorial más fino, más permeable. Captar matices que otros no ven, sentir emociones ajenas como si fueran propias, vivir los estímulos (luz, sonido, olores, multitudes) con una intensidad que abruma. Pero también significa experimentar la belleza de una forma casi mística. Percibir detalles diminutos en una mirada, en un gesto, en el aire justo antes de llover.
Cómo somos las personas PAS
Cada PAS es distinta, pero hay hilos comunes que nos unen:
- Profundidad emocional: no sentimos “mucho”, sentimos hondo. El mundo nos llega sin filtros. A veces nos desborda. A veces nos eleva.
- Empatía intensa: sufrimos con el dolor ajeno, aunque no lo digan. Captamos lo no dicho, lo que se esconde detrás de una sonrisa forzada o de un silencio largo.
- Procesamiento profundo: no es solo sentir, es pensar mucho lo sentido. Darle vueltas. Buscar sentido.
- Sensibilidad a los estímulos: una calle ruidosa, una luz blanca, una tela áspera pueden resultar insoportables.
No es fácil vivir así en un mundo que valora la rapidez, la dureza, el rendimiento constante. Muchas veces nos sentimos fuera de lugar. Incomprendidos. Como si nuestra manera de ser fuese un error de fábrica.
Pero no lo es.
Lo que he aprendido siendo PAS
Todavía estoy aprendiendo. Ser PAS no es un estado al que se llega, sino un camino que se anda cada día, con dudas, con retrocesos, con descubrimientos.
He pasado años intentando contenerme. Haciéndome pequeño. Fingiendo que no me afectaban las cosas. Pero vivir así es agotador. Y lo peor: es traicionarse.
He perdido personas por el camino. Personas a las que quise con todo, pero a quienes quizá mi intensidad asustó, o simplemente no supieron cómo acompañarla. Eso también me dolió. Pero con el tiempo he empezado a notar algo distinto: cuando una relación se queda, cuando una persona permanece, lo hace de verdad.
Y por esas, lucho.
Ser PAS me ha enseñado a honrar mi sensibilidad. A entender que no tengo que adaptarme a un molde que no es mío. Que sentir es un don, aunque duela. Que la emoción no es debilidad, sino una forma profunda de conexión.
He aprendido a poner límites. A cuidarme sin culpa. A elegir los espacios, las personas, los ritmos que me hacen bien. A permitirme el silencio. El descanso. El arte. La belleza. La pausa.
Y sobre todo, he aprendido que no estoy solo. Que somos muchos los hombres y mujeres que vivimos el mundo con esta intensidad. Que hay una comunidad que comprende, que no juzga, que abraza.
Si tú también eres PAS
No estás mal. No estás roto. No eres demasiado nada. Eres exactamente como necesitas ser.
Aprende a leerte. A respetarte. A no compararte con quienes van por la vida con armadura. Tú no llevas coraza, pero llevas algo igual de valioso: una piel que siente. Que vibra. Que recuerda.
Y eso, aunque duela a veces, también salva.
Porque cuando una persona PAS ama, lo hace con todo. Cuando crea, lo hace desde la entraña. Y cuando abraza, el mundo se detiene un instante para respirar contigo.
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